No he tocado este blog en muchos meses, y voy a volver a él metiéndome en un lío. Porque parece que en esta España de hoy en día, lo que se lleva es ser moderno y criticar a la derecha por todo lo que se nos ocurra. Curiosamente han ganado las elecciones, lo que significa que hay un considerable número de gente que se identifica con esta opción política. Pero no voy a hablar de política, sino del supuesto feminismo que me encuentro últimamente por todas las esquinas, y que critica a Soraya Sáenz de Santamaría por hacer su trabajo.
Me resulta un oprobio que mujeres aquí y allá se hayan dedicado a despellejarla por volver a trabajar. En respuesta a una carta que acabo de leer, y en la que se nota cierto resquemor, el trabajo de la señora Sáenz de Santamaría no es cualquier trabajo. Lo siento, pero en este momento, su trabajo es de vital importancia para el país. Mala suerte que ha dado a luz nada más ganar unas elecciones. Tenía el derecho a quedarse en casa con su hijo y ha elegido no ejercerlo. En la palabra elegir está la clave. Ni el estado, ni el feminismo, ni el resto de mujeres son quienes para obligarla a elegir otra cosa. Si el feminismo fuera un movimiento consecuente, a todos nos parecería estupendo que su marido se quede con el niño. Créanme, puede cuidarlo tan bien como la madre. Lo sé por propia experiencia. Estoy de acuerdo en que es estupendo que las españolas tengamos derecho a quedarnos en casa dieciséis semanas después de dar a luz. Pero no nos confundamos, no debe de ser una obligación.
He de decir que cuando la vi en las fotos en el balcón de Génova fui la primera que me di un susto. Pensé que estaba loca. Pero en cuanto recapacité y aparqué mis hormonas de madre reciente, mi reacción cambió a “Olé sus ovarios”, por no decir otra cosa. Porque yo no habría sido capaz de hacerlo. Porque yo diez días después de dar a luz apenas podía arrastrarme por el pasillo de mi casa. No creo que ella se encontrase mucho mejor, pero se sobrepuso, y eligió celebrar un triunfo por el que llevaba trabajando muchos años.
Ha seguido trabajando, y aparentemente bien. Nadie puede hablar sobre la atención que recibe su hijo, porque nadie ha entrado en su casa. Pero desde luego, no es asunto de estado. Ni nuestro. Es asunto de ella y de su familia. Leo por ahí que lo que ella hace no es conciliación. Claro que lo es, hay tantas formas de conciliar como mujeres. Unas tienen más medios que otras, pero la vida es así de injusta. También hay quien tiene un BMW y quien tiene un Toyota. Y no nos pasamos el día criticándolo en los medios.
Estoy un poco harta de que las mujeres seamos las que nos despellejamos las unas a las otras. Después de unos cuantos años criando a mis hijos en los USA, he asistido a todo tipo de “mommy wars”. Madres trabajadoras criticando a las que se quedan en casa, y viceversa. Nunca he participado en ellas. Pero tienen un denominador común: todas están motivadas por el miedo. Nos sentimos amenazadas por quién ha elegido una opción diferente a la nuestra. Si trabajamos, pensamos que quien se queda en casa atiende mejor a sus hijos. Si estamos en casa, nos preguntamos si no seríamos mejores madres yendo a trabajar. Conozco a muy pocas madre completamente felices. No nos permitimos serlo. Nosotras solitas. Y mucho menos a las demás. Y esto no es conciliar. Si es que conciliar es posible, claro. Que eso es tema para otro post. Pero en cualquier caso, conciliar pasaría por ser capaces de delegar en los padres, que aparte de dar pecho, pueden hacer todo lo demás exactamente igual que nosotras. Y gracias a los sacaleches, pueden hacer incluso eso. Eso es igualdad. Lo demás son tonterías. Y ahora, espero pataletas.