En esta ciudad extraña donde en invierno nos convertimos casi en esquimales, la primavera no empieza el 21 de marzo.
Donde se te congelan las lágrimas en las pestañas durante un mes al año, y hay algunos días todos los inviernos en los que duele respirar, la primavera empieza el primer día que puedes salir a la calle sin calcetines, el primer día que, sin tener que salir de la habitación embutida en tres albornoces y con calcetines gordos, y aislar esa zona de la casa para que no se congele el resto, abres las ventanas de par en par, y respiras hondo.
El primer día que, en el parque, no les discutes a tus hijos, que parecen medio vikingos, que se queden en manga corta mientras juegan al fútbol.
Este año ese día ha sido el 1 de marzo.
Lo bueno de los inviernos helados con viento que te corta la respiración y te hiela la piel, es que disfrutamos de cada rayito de sol, de cada día templado, y los días de calor, los de verano de verdad, se convierten en una fiesta.
Si hoy no fuese domingo el centro de la ciudad se llenaría de gente que sale de las oficinas y pasa su lunch break, sus treinta minutos de descanso para comer, sentados en una jardinera, en un banco, en una acera, comiéndose un bocata, o una ensalada, o unos tacos (ya, ya sé que en las películas todos hemos visto que los estadounidenses comen perritos calientes, pero esto es Chicago, carajo, no Nueva York). Al salir del trabajo muchos irían directos a una terraza, a tomar la primera cerveza del año al aire libre.
Este domingo primaveral nos ha pillado un poco de sorpresa, pero el siguiente día de calor tendremos preparada la cesta de los picnics (que en realidad es varias bolsas de tela de Whole Foods), y nos iremos a comer al parque.
Por hoy me he conformado con mi primera salida sola como madre de cuatro hijos, con verles jugar al fútbol mientras mecía un cochecito, con ver a niños aprendiendo a andar en bici, o en patines, a una docena de veinteañeros de todos los colores jugando al baloncesto (y eso sí que es como en las películas), a padres jugando con sus hijos, y niños corriendo, gritando, riendo, felices de perder por primera vez en meses el corsé del plumífero, y respirando un poquito de aire fresco, de alegría, de libertad.
Ya es primavera en Chicago.
Aunque pasado mañana nieve.
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